domingo, 5 de octubre de 2008

La caída de Norteamérica S.A. (segunda parte)

Esta es la segunda parte del artículo de Francis Fukuyama. Aquí, le autor ensaya una dieta para solucionar el problema norteamericano.
Disfrútenlo!

A&P
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La caída de Norteamérica S.A.
por Francis Fukuyama

Segunda parte
Una segunda señal de advertencia fue la acumulación norteamericana de déficit estructurales. China y un número de otros países comenzaron a comprar dólares estadounidenses, después de 1997, como parte de una estrategia deliberada para subvalorar sus divisas, mantener el “run run” de sus fábricas y protegerse de choques financieros. Esto favoreció bien un post-9/11; esto quiere decir que nosotros podíamos bajar los impuestos, financiar una juerga de consumo, pagar por dos guerras caras y controlar un déficit fiscal al mismo tiempo. Los asombrosos y crecientes déficit comerciales que esto produjo - $ 700 mil millones por año hacia el 2007 - eran claramente insostenibles; tarde o temprano los extranjeros decidirían que Estados Unidos no era un lugar tan bueno para depositar su dinero. El decreciente dólar estadounidense indica que ya hemos llegado a aquel punto. Claramente, y contrariamente a Cheney, los déficit sí importan.

Incluso en casa, el inconveniente de la desregulación era bastante claro mucho antes del derrumbamiento de Wall Street. En California, los precios de electricidad se salieron de control en 2000-2001 como consecuencia de la desregulación en el mercado de energía estatal que empresas sin escrúpulos, como Enron, dispusieron para sacar ventaja. Enron, junto a una multitud de otras firmas, se derrumbó en 2004 porque ciertas normas de la contabilidad no se habían hecho cumplir adecuadamente. La desigualdad en los Estados Unidos se elevó a lo largo de la década pasada porque los beneficios del crecimiento económico fueron desproporcionadamente hacia los norteamericanos más ricos y cultos, mientras los ingresos de personas de clase obrera se estancaron. Y finalmente, la fallida ocupación de Irak y la respuesta al huracán Katrina expusieron la debilidad de arriba a abajo del sector público, resultado este de décadas de dotación insuficiente y del poco prestigio de funcionarios cedidos desde los años de Reagan.

Todo esto sugiere que la era Reagan debió haber terminado hace tiempo. Esto no se dio, en parte, porque el partido demócrata no logró presentar candidatos convincentes ni buenos argumentos, pero también debido a un aspecto particular de Estados Unidos que hace a nuestro país muy diferente de Europa. Allí, los ciudadanos menos cultos y de clase obrera votan, con más confianza, por partidos socialistas, comunistas u otros de izquierda, basados en sus intereses económicos. En Estados Unidos, los demócratas pueden balancearse entre izquierda y derecha. Ellos fueron parte de la gran coalición demócrata de Roosevelt durante el New Deal, una coalición que se sostuvo a través de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson en los años 60. Pero comenzaron a votar como republicanos durante el gobierno de Nixon y los años de Reagan, balanceándose hacia Clinton en los años 90, y volviendo al pliegue republicano bajo George W. Bush. Cuando ellos votan “republicanamente”, es porque temas culturales como la religión, el patriotismo, valores de familia y la propiedad de arma triunfan sobre los económicos.

Estos votantes decidirán la elección de noviembre, nada menos debido a su concentración en un puñado de estados oscilantes como Ohio y Pensilvania. ¿Se inclinarán hacia un más distante - Harvardiano Obama, quien refleja con más exactitud sus intereses económicos? ¿O se plegarán a la gente con la que ellos mejor pueden identificarse, como McCain y Sarah Palin? Fue necesaria una crisis económica de dimensiones masivas, entre 1929 hasta 1931, para lograr una administración demócrata en el poder. Los sondeos indican que podremos haber llegado a aquel momento, otra vez, en octubre de 2008.

El otro componente crítico de la “marca” norteamericana es la democracia y la buena voluntad de los Estados Unidos de apoyar a otras democracias alrededor del mundo. Esta vena idealista de la política exterior estadounidense ha sido una constante durante el siglo pasado, desde la “Sociedad de Naciones” de Woodrow Wilson, pasando por las “Cuatro Libertades” de Roosevelt, hasta la llamada de Reagan a Mikhail Gorbachev para “derribar esta pared”.

Promover la democracia - por la diplomacia, la ayuda a grupos de sociedad civiles, medios de comunicación libres- nunca ha sido polémico. El problema ahora es que utilizando la democracia para justificar la guerra en Irak, la administración Bush ha sugerido a muchos que la “democracia” era un código para la intervención militar y el cambio de régimen (el caos que siguió en Irak tampoco ayudó precisamente a la imagen de la democracia.). El Medio Oriente en particular es un campo minado para cualquier administración estadounidense, ya que América apoya a aliados no democráticos como los Saudis y rechaza trabajar con grupos como Hamas y Hizbullah, que accedieron al poder por elecciones. No tenemos mucha credibilidad cuando defendemos una “agenda para la libertad”.

El modelo americano también ha sido seriamente opacado por el uso de la tortura que practica la administración Bush. Después del 9/11, los norteamericanos se mostraron penosamente listos para abandonar protecciones constitucionales en pro de una búsqueda de seguridad. La bahía de Guantánamo y el preso encapuchado en Abu Ghraib han sustituido desde entonces a la Estatua de Libertad como los símbolos de Norteamérica en los ojos de muchos no norteamericanos.

No importa quién gane la presidencia de aquí a un mes, el cambio hacia un nuevo ciclo de política americana y mundial habrá comenzado. Los demócratas probablemente aumenten sus mayorías en la Casa y el Senado. Una enorme cantidad de cólera populista se prepara como las extensiones del colapso de Wall Street desplegándose en Main Street. Ya existe un acuerdo general creciente sobre la necesidad de regular nuevamente muchas partes de la economía.

En el mundo, los Estados Unidos no disfrutarán de la posición hegemónica que ha ocupado hasta ahora, algo subrayado por la invasión de Rusia a Georgia el 7 de agosto. La capacidad de nuestro país de dar forma a la economía global por pactos comerciales y el FMI y el Banco mundial se verá disminuida, como también disminuirán nuestros recursos financieros. Y en muchas partes del mundo, las ideas norteamericanas, su consejo y aun su ayuda serán menos bienvenidas de lo que son ahora.

En tales circunstancias, ¿qué candidato está mejor posicionado para devolverle presteigio a la “marcar” Norteamérica? Barack Obama, obviamente, lleva menos peso del pasado reciente y su estilo postpartidista procura situarse más allá de divisiones políticas actuales. En el fondo, él parece más un pragmatista, no un ideólogo. Pero sus habilidades, reconocidas consensualmente, serán evaluadas a profundidad cuando deba tomar decisiones difíciles, lo que atraerá no solamente republicanos, sino también demócratas rebeldes al grupo de evaluadores. McCain, por su parte, ha hablado como Teddy Roosevelt en las últimas semanas, enfilándose contra Wall Street y pidiendo la cabeza del presidente de la SEC, Chris Cox. Él puede ser el único Republicano que conduzca a su partido, dando gritos y patadas, a una era post-Reagan. Pero uno puede percibir que él aún no ha decidido, de manera cabal, qué tipo de republicano es realmente o qué principios deberían definir a la nueva Norteamérica.

La influencia estadounidense puede ser restaurada tarde o temprano. El que probablemente la totalidad del mundo sufra un descenso económico no garantiza que los modelos chino o ruso vayan a ser considerablemente mejores que la versión norteamericana. Ya antes, los Estados Unidos han vuelto de reveses serios durante los años 30 y 70, esto debido a la adaptabilidad de nuestro sistema y la resilencia de nuestra población.

Aún así, otro recuerdo descansa sobre nuestra capacidad de hacer algunos cambios fundamentales. Primero, debemos escaparnos de la camisa de fuerza que significa la era Reagan en lo concerniente a impuestos y regulación. Los recortes fiscales se sienten bien, pero no necesariamente estimulan el crecimiento o pagan por ellos; considerando nuestra situación fiscal a largo plazo, se debe decir honestamente a los norteamericanos que ellos tendrán que pagar su propio camino en el futuro. La desregulación, o el fracaso de las reguladoras para mantenerse en mercados rápidamente cambiables, puede hacerse increíblemente costosa, como hemos visto. Todo el sector público estadounidense - financiado insuficientemente, no profesionalizado y desmoralizado -necesita ser reconstruido y recibir un nuevo sentido de orgullo. Hay ciertos empleos que sólo el gobierno puede realizar.

Al emprender estos cambios hay, desde luego, un peligro de sobrecorrección. Las instituciones financieras necesitan una supervisión fuerte, pero no es claro que otros sectores de la economía también. El libre comercio continúa como un motor poderoso para el crecimiento económico, así como un instrumento de la diplomacia estadounidense. Nosotros deberíamos proporcionar la mejor ayuda a los trabajadores para su adaptación a las condiciones de cambio de global, en vez de defender sus empleos existentes. Si el recorte de impuestos no es un camino a la prosperidad automática, tampoco lo es un descontrolado gasto social. El costo del rescate financiero y la debilidad a largo plazo del dólar significan que la inflación será una amenaza seria en el futuro. Una política fiscal irresponsable fácilmente podría añadirse al problema.

Y mientras menos no norteamericanos probablemente escuchan a nuestro consejo, muchos todavía se beneficiarán de emular ciertos aspectos del modelo Reagan. No la desregulación financiera de mercado, seguramente, pero en Europa continental, por ejemplo, los trabajadores todavía son tratados con vacaciones largas, semanas laborales cortas, garantías de trabajo y una gran cantidad de otras ventajas que debilitan su productividad y que no serán económicamente sostenibles.

La nada edificante respuesta a la crisis del Wall Street muestra que el cambio más grande que tenemos que hacer está en nuestra política. La revolución Reagan acabó con el predominio de 50 años de liberales y demócratas en la política americana y abrió el espacio para diferentes aproximaciones a los problemas de la época. Pero con el paso de los años, lo que una vez fueron ideas frescas hoy se han endurecido en dogmas vetustos. La calidad de debate político se ha vuelto grosero por partidarios que no solo cuestionan las ideas, sino también las motivaciones de sus oponentes. Todo esto dificulta más la adaptación a la realidad nueva y difícil que afrontamos. De ahí que la prueba última para el modelo americano será su capacidad para reinventarse a sí mismo otra vez. La buena “marca” no es, citando a un candidato a la presidencia, un asunto de poner el lápiz de labios sobre un cerdo. Consiste en tener el producto correcto para venderse en primer lugar. Y es para ello que la democracia norteamericana tiene su trabajo recortado.
F. Fukuyama

1 comentario:

viagra online dijo...

En efecto, la estrepitosa caida de USA dara mucho que hablar por largo tiempo.