domingo, 5 de octubre de 2008

La caída de Norteamérica S.A.

(por Francis Fukuyama)
Primera parte
Está de más hacer una presentación de Francis Fukuyama. A favor o en contra de sus ideas, no deja de ser uno de los politólogos más importantes de esta época. Esta vez, les presentamos uno de sus últimos artículos, publicado el día de ayer (4 de octubre) en Newsweek. En él, Fukuyama analiza la actual crisis norteamericana desde una postura bastante crítica de la forma en la que EE.UU. ha manejado su economía desde la era Reagan (en donde él ubica el inicio del problema). Lo interesante es que no se centra únicamente en el precio económico que Norteamérica ha de pagar por su excesiva fe en el neoliberalismo, sino que también señala el efecto que tendrá sobre EE.UU. como “marca” de prestigio que ha sido altamente consumida por todo el mundo en las últimas décadas. El artículo sigue la línea de sus publicaciones más recientes, con un distanciamiento cada vez mayor del ideario neoconservador que alguna vez lo caracterizó. Incluye aquí críticas a Reagan, al sistema norteamericano, a la guerra en Irak, al concepto de democracia manejado por la Casa Blanca. Luego de una semana en que se han celebrado adelantadas caídas de capitalismo y neoliberalismo, en que se han desempolvado viejas voces socialistas, comunistas o de fanatismo neoliberal, el texto de Fukuyama presenta una evaluación, aunque crítica, imparcial de la situación que atraviesa la primera potencia.
Al ser un artículo aparecido ayer, hemos realizado una traducción libre, pero procurando ser cuidadosos con los términos que pudieran causar confusión. Se ha preferido traducir el término “brand” por “marca”, por ser un sentido de “venta de producto” el que Fukuyama utiliza para describir el pensamiento norteamericano. Por la longitud del artículo, este será presentado en dos partes.
Que la lectura les sea placentera!!
A&P
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La caída de Norteamérica S.A.
por Francis Fukuyama

Con algunas de las firmas más legendarias de Wall Street, una cierta visión de capitalismo se ha derrumbado. ¿Cómo restauramos la fe en nuestra marca?.

La implosión de los bancos de inversión más legendarios de América. La desaparición de más de un billón de dólares en riqueza de la Bolsa en un día. Una etiqueta de 700 mil millones de dólares para los contribuyentes estadounidenses. La escala del colapso en Wall Street apenas podría ser más gigantesca. Aún cuando los norteamericanos se preguntan por qué ellos tienen que pagar tales impresionantes sumas para impedir que la economía implosione, pocos hablan de un costo intangible y potencialmente mayor para los Estados Unidos: el daño que el colapso financiero hace a la "marca” América.

Las ideas son una de nuestras exportaciones más importantes y dos ideas, fundamentalmente americanas, han dominado el pensamiento global desde principios de los años 1980, cuando Ronald Reagan fue elegido Presidente. La primera era una cierta visión del capitalismo: uno que sostenía que bajos impuestos, regulación ligera y un gobierno recortado serían el motor para el crecimiento económico. El reaganismo revertió la centenaria larga tendencia hacia un gobierno, alguna vez, más grande. La desregulación se hizo la orden del día no solamente en los Estados Unidos, sino también en el mundo entero.

La segunda idea grande era la de Norteamérica como un promotor de la democracia liberal en el mundo entero, lo cual fue visto como el mejor camino hacia un orden internacional más próspero y abierto. El poder y la influencia de Norteamérica descansaba no solamente sobre nuestros tanques y dólares, sino sobre el hecho de que la mayoría de las personas encontró atractiva la forma americana de autonomía y quisieron reformar sus sociedades según estas mismas líneas – algo que el científico político Joseph Nye ha etiquetado como nuestro " poder blando ".

Es difícil comprender qué tan gravemente han sido desacreditados estos rasgos de firma de la “marca” norteamericana. Entre 2002 y 2007, mientras el mundo disfrutaba de un período de crecimiento sin precedentes, era fácil hacer caso a aquellos socialistas europeos y populistas latinoamericanos que denunciaron el modelo económico estadounidense como “el capitalismo vaquero”. Pero ahora el motor de aquel crecimiento, la economía americana, se ha descarrilado y amenaza con arrastrar al resto del mundo con él. Aún más grave, el culpable es el modelo americano en sí mismo: bajo el mantra de menos gobierno, Washington falló en regular suficientemente el sector financiero y le permitió provocar un enorme daño al resto de la sociedad.

La democracia fue dañada aún antes. Una vez demostrado que Saddam no poseía ADM, la administración Bush procuró justificar la guerra en Irak vinculándola a una más amplia “agenda por la libertad”; de pronto, la promoción de la democracia era el arma principal en la guerra contra el terrorismo. A muchas personas en el mundo entero, la retórica norteamericana sobre la democracia les suena mucho a una excusa para fomentar la hegemonía estadounidense.

La opción que afrontamos ahora va mucho más allá del desalojo urgente o la campaña presidencial. La “marca” norteamericana está siendo profundamente evaluada a la vez que otros modelos - o China o Rusia- están resultando más atractivos. El restaurar nuestro buen nombre y reanimar el atractivo de nuestra “marca” es en mucho un desafío tan importante como la estabilización del sector financiero. Barack Obama y John McCain estarían ya trayendo fuerzas diferentes para la tarea, pero para cualquiera esta será una lucha cuesta arriba de largos años. Y aún no podemos comenzar hasta que nosotros claramente entendamos qué se hizo mal: qué aspectos del modelo americano son sanos, cuáles fueron mal puestos en práctica y cuáles tienen que ser desechados totalmente.

Muchos comentaristas han notado que la debacle de Wall Street marca el final de la era Reagan. Indudablemente aciertan, incluso si McCain logra ser elegido Presidente en noviembre. Las grandes ideas surgen en el contexto de una era histórica particular. Pocos sobreviven cuando el contexto cambia radicalmente, que es por lo que la política tiende a cambiar de la izquierda a la derecha y atrás otra vez en largos ciclos generacionales.

El reaganismo (o, en su forma británica, el thatcherismo) fue adecuado para su tiempo. Desde el New Deal de Franklin Roosevelt, en los años 30, los gobiernos en todo el mundo se habían vuelto más grandes y más grandes. Para los 70’s, los grandes estados de bienestar y las economías ahogadas por papeleos se mostraban sumamente disfuncionales. En ese entonces, los teléfonos eran caros y de difícil acceso, los viajes en avión eran un lujo de ricos y la mayoría de la gente ponía sus ahorros en cuentas bancarias de bajo pago y tipos de interés regulados. Programas como la “Ayuda a Familias con Niños a cargo” desalentaron a aquellas pobres para trabajar y casarse, por lo que estas se estropearon. La revolución Reagan-Thatcher hizo más fácil contratar y despedir trabajadores, lo que provocó una enorme cantidad de dolor al reducirse o cerrarse muchas industrias tradicionales. Pero esto también significó el trabajo preliminar para un crecimiento de casi tres décadas y para la aparición de nuevos sectores como la tecnología de la información y biotecnología.

Internacionalmente, la revolución Reagan se tradujo en el “Consenso de Washington”, bajo el cual Washington - e instituciones bajo su influencia, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco mundial – empujó a países en vía de desarrollo para que abriesen sus economías. Mientras el “Consenso de Washington” suele ser vapuleado por populistas como Hugo Chávez en Venezuela, este logró aliviar satisfactoriamente el dolor de la crisis de deudas latinoamericana de principios de los 80’s, cuando la hiperinflación afectaba a países como Argentina y Brasil. Una amistosa política de mercado similar fue lo que convirtió a China e India en las potencias económicas que hoy son.

Y si alguien necesitaba más pruebas, podía mirar los más extremos ejemplos mundiales de gobiernos grandes - las economías centralmente planificadas de la ex-Unión Soviética y otros Estados comunistas. Hacia los años 70, ellos estaban cayendo detrás de sus rivales capitalistas en prácticamente todos los aspectos. Su implosión después de la caída del muro de Berlín confirmó que tales estados de bienestar sobre esteroides eran un histórico callejón sin salida.

Como todos los movimientos de trasformación, la revolución Reagan perdió su camino porque para muchos seguidores esto se convirtió en una ideología intachable y no en una respuesta pragmática a los excesos del estado de bienestar. Dos conceptos eran sacrosantos: primero, aquellos recortes fiscales serían autofinanciados, y el segundo, que mercados financieros podrían autorregularse.

Antes de los años 80, los conservadores eran fiscalmente conservadores - es decir, no estaban dispuestos a gastar más que lo recogido por impuestos. Pero la Doctrina Reagan introdujo la idea de que prácticamente cualquier recorte fiscal estimularía tanto el crecimiento que el gobierno terminaría, finalmente, recogiendo más ingresos (la supuesta curva de Laffer). De hecho, la visión tradicional era correcta: si usted baja los impuestos sin cortar gastos, usted acaba con un déficit perjudicial. Así, los recortes fiscales de Reagan de los años 80 produjeron un gran déficit; los aumentos de impuesto de Clinton de los años 1990 produjeron un exceso; y los recortes fiscales de Bush, en el temprano siglo XXI, produjeron un déficit aún más grande. El hecho de que la economía americana creciera tanto en los años de Clinton como en los de Reagan, de algún modo no sacudió la fe conservadora en recortes fiscales como la llave segura para el crecimiento.

Más importante aún, la globalización enmascaró los defectos de este razonamiento durante varias décadas. Los extranjeros parecieron dispuestos a sostener los dólares de manera imparable, lo que permitió al gobierno estadounidense controlar los déficit mientras seguían disfrutando de un alto crecimiento, algo con lo que ningún país en vías de desarrollo podría escaparse. Es por eso que el Vicepresidente Dick Cheney, según se cuenta, dijo al Presidente Bush que la lección de los años 80 era que “los déficit no importan”.

El segundo artículo de fe de la Era Reagan - desregulación financiera - fue empujado por una nada santa alianza de verdaderos creyentes y firmas de Wall Street, y para los 90’s ya había sido aceptado como evangelio también por los demócratas. Ellos argumentaron que las regulaciones de muchos años, como el Acta Glass-Steagall, durante la depresión, (la cual banca resquebrajó las bancas comercial y de inversión) sofocaban la innovación y minaban la compatibilidad de las instituciones financieras estadounidenses. Ellos estaban en lo correcto parcialmente: la desregulación produjo una inundación de nuevos productos innovadores como obligaciones de deudas colateralizadas, las cuales se encuentran en el corazón de la crisis actual. Algunos republicanos aún no se han visto apretados con esto, como evidencia su alternativa propuesta al rescate financiero, la cual implica recortes fiscales aun más grandes para fondos de protección.

El problema es que Wall Street es muy diferente de, digamos, Silicon Valley, donde una mano reguladoramente ligera es genuinamente beneficiosa. Las instituciones financieras están basadas en la confianza, misma que sólo prospera si los gobiernos aseguran su transparencia y obligación en los riesgos que puedan tomar con el dinero de la gente. El sector es también diferente porque el derrumbamiento de una institución financiera daña no a sus accionistas y empleados únicamente, sino también a una multitud de personas inocentes (lo que los economistas moderadamente llaman “exterioridades negativas”).

Los signos de que la revolución Reagan iba peligrosamente a la deriva fueron claros durante la década pasada. Una temprana advertencia era la crisis financiera asiática de 1997-98. Países como Tailandia y Corea del Sur, siguiendo los consejos y presión americanas, liberalizaron sus mercados de capitales a principios de los años 1990. Mucho dinero caliente comenzó a fluir en sus economías, lo que creó una burbuja especulativa, tras lo que luego salió precipitadamente, otra vez, el primer signo de problema. ¿Suena familiar? Mientras tanto, países como China y Malasia, que no siguieron el consejo americano y mantuvieron sus mercados financieros cerrados o regulados de manera estricta, se encontraron mucho menos vulnerables. (continua...)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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